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La voz interior | Esencia Journal

  • Foto del escritor: Ana Paula Rivas
    Ana Paula Rivas
  • 4 nov
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 8 nov


En algún lugar, entre el scroll infinito y los instantes previos al sueño, nos encuentra un llamado constante y tranquilo. No compite por nuestra atención ni busca aplausos. Espera — con paciencia — bajo el ruido estático de lo cotidiano.

Es la voz interior.

No se trata de un descubrimiento, sino de una presencia ancestral. La misma que nos recuerda quiénes éramos antes de que todo este ruido comenzara. Escucharla hoy puede sentirse casi como un acto de rebeldía —incluso contra esa versión de nosotros mismos que tanto ruido nos hizo creer que éramos—. Y, sin embargo, quizás en ese gesto resida la forma de autoconfianza más esencial y radical que nos queda.


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El ruido del mundo


Vivimos en una era de amplificación.

Cada opinión se levanta como titular. Cada preferencia se convierte en predicción algorítmica. 

Nuestra atención ha dejado de ser un territorio propio — ahora es curada, analizada y devuelta en forma de fragmentos que se nos antojan deseos. El mundo exterior, tanto el digital como el físico, no se limita a mostrarnos lo que sucede; modela activamente lo que creemos que deberíamos desear.


Y aun así, bajo ese flujo interminable de información, algo más sutil persiste.


No es tendencia ni actúa para una audiencia. No se expresa en eslóganes.  Su lenguaje es la sensación: una opresión en el pecho, la persistencia de un sueño, un momento de reconocimiento, una voz tranquila que dice esto no — o a veces, por acá o, mejor aún, lo que sientes es correcto, incluso si parece antinatural.

Hay días en los que elijo pasar de largo, postergando la escucha para un “después” más oportuno. Pero el “después” rara vez llega. Hasta que el ruido se vuelve más fuerte — y me doy cuenta de cuánto tiempo he estado lejos de mis propios ritmos.


El redescubrimiento


La voz interior rara vez se presenta como una certeza.

No exige ni explica; sugiere. Es el destello de la intuición —esa pausa, esa atracción, ese leve quiebre en nuestro impulso habitual. 

No promete facilidad. Promete verdad. Y la verdad, por naturaleza, nos pide que elijamos la presencia sobre el performance.

Para redescubrir este lenguaje, este conocimiento interior, debemos desaprender el vocabulario de la urgencia. Debemos hacer espacio para la solitud —aquello que estamos convencidos de no tener tiempo para cultivar, y de lo que creemos poder prescindir—. Porque nuestra sabiduría interior habla despacio. Requiere espacio, honestidad y la voluntad de escuchar sin juzgar. 

Cuando lo hacemos, nos damos cuenta de que nunca se fue.

Ha estado ahí todo el tiempo — paciente, sólida — esperando a que regresáramos a casa, a esa parte de nosotros que aún recuerda cómo confiar en lo que no puede ser explicado.


Escuchar la voz interior


Escuchar la voz interior no es una revelación única; es un compromiso diario.

Una práctica de volver, una y otra vez, a lo que se siente auténtico y vivo.

Algunos días, ese regreso empieza con una página en blanco —que no se escribe para alcanzar claridad, sino para reconectar. Otros días, es una caminata, a solas, los pensamientos sin intermediarios.

Puede ser la forma en que la respiración se relaja en un espacio natural, o la calma que llega después de decir no a lo que ya no encaja o  a eso que deseaba y no me animaba.

No hay una fórmula — es solo intuición.

Cada momento de alineación se convierte en un acto de regreso a mí misma. Con el tiempo, estos momentos nos encaminan de nuevo hacia la plenitud. Nos enseñan a vivir desde dentro hacia afuera.


La revolución


El acto de escuchar se convierte, así, en una leve revolución.

Escuchar lo que habita en nuestro interior es reclamar la soberanía sobre la atención, sobre las decisiones y, en última instancia, sobre la propia vida. Es una forma de declarar: confío más en mí, pase lo que pase allá afuera.

Cuando seguimos esa verdad — sin exigencias y con constancia — comenzamos a movernos de manera diferente y algo en nosotros se reordena. Hablamos más despacio. Creamos con desde la intención. Amamos con presencia. Nuestras decisiones empiezan a resonar desde un lugar más profundo — uno arraigado en la autenticidad, no en la búsqueda de aprobación. Porque el mundo, la verdad, no necesita más ruido.


Necesita a aquellos dispuestos a oír el silencio que late debajo de todo —y atreverse, a crear desde ese lugar.


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