La levedad del ser | Soul & Body
- Ana Paula Rivas
- 4 nov
- 5 Min. de lectura
Actualizado: hace 1 día
¿Qué significa vivir plenamente, habitando el cuerpo y el alma con la misma presencia?
Muchas veces los he tratado como mundos separados: el cuerpo como mero envase, y el alma como esencia. Pero con el tiempo, y haciendo mías las palabras de Milan Kundera, empecé a creer que lo humano no está en que uno conquiste al otro, sino en el balance de la tensión que existe entre ambos — el espacio donde lo físico y lo metafísico se entrelazan.
Vivir en ese intermedio es sentir el peso de la materia y la liviandad del propósito al mismo tiempo. Es permitir que lo sólido y lo trascendente hablen un lenguaje compartido. Aquí es donde Soul & Body comienza — en la intersección del ser y de lo que anhelamos ser, de la materia y la emoción, del arte y la consciencia.

Entre el Peso y la Levedad
En La Insoportable Levedad del Ser, un libro que releo con frecuencia, Kundera plantea una idea que me persigue: que si nuestras vidas se repitieran eternamente, cada elección tendría un peso abrumador— llena de consecuencias y responsabilidades. Nos acompañarían para siempre, resonando constantemente en la eternidad. Pero es justamente porque la vida sucede una sola vez —o, al menos, eso creemos— que todo se vuelve ligero. Y esa levedad, paradójicamente, puede resultar igual de difícil de soportar.
La liviandad es libertad: es la emoción del movimiento, la ausencia de anclas, la invitación a comenzar de nuevo. Sin embargo, esta misma libertad puede disolverse en una especie de vértigo existencial — una falta de significado que se siente tan infinita como vacía.
El peso, por otro lado, es la gravedad: es la responsabilidad, el apego, el amor y la memoria. Nos arraiga, da forma y consecuencia a nuestras elecciones. Pero demasiado peso puede sofocar el espíritu.
Vivir entre estos dos polos — atraída por la libertad de lo leve, pero sintiéndome segura bajo la solidez del peso — es lo que le da textura a la vida.
Hace dos años, me encontré parada en ese umbral: por un lado, una vida moldeada por responsabilidades y patrones conocidos; por el otro, una existencia leve como el aire, pero completamente por definir. La “pesadez familiar” de todo lo que había superado empezó a resquebrajarse. Y en su lugar, solo quedó un vacío. Aterrador. Liberador. Absoluto.
Con el tiempo, llegué a entender algo: el vacío no es ausencia, sino puro potencial. Es esa pausa suspendida entre la inhalación y la exhalación, el silencio necesario que precede a la creación. Es el lugar donde se suelta todo lo definido hasta entonces —las narrativas, las identidades, los pesos ajenos— para dar lugar a una versión más leve, y por lo tanto más verdadera, de uno mismo.
Ese fue el inicio de mi propia insoportable levedad del ser: un tiempo de desapego, de flotar en el limbo entre lo que ya fui y lo que estaba por ser.
La Reconciliación del Alma y el Cuerpo
Después de que todo lo sólido se disolviera, comenzó un proceso más silencioso: el de la evolución.
Si la primera etapa fue una lucha hacia afuera —un forcejeo constante entre la libertad y la responsabilidad—, Soul & Body se convirtió en la respuesta a esa tensión. Es el espacio donde esa división interna encuentra, por fin, su reconciliación. Desaprender aquello que aprendí a separar para aprender a integrarlo.
El Alma — la arquitectura invisible de la consciencia — es fluida, infinita, sin límites. Sueña, intuye, recuerda. El Cuerpo — el envase — es el instrumento a través del cual el alma habla. Siente, se mueve, registra. El cuerpo recuerda lo que la mente olvida. Es el archivo de la sensación, el registro vivo de aquello a lo que aspiramos Y, sin embargo, el alma se mueve a través de él, moldeando la percepción, tiñendo lo físico de significado.
Durante años, viví como si estuvieran en guerra — la mente aspirando a elevarse, el cuerpo aplicando su gravedad. Pero la sanación comenzó cuando dejé de elegir. Cuando permití que el cuerpo recordara lo que la mente había silenciado; cuando dejé que lo interno suavizara lo que el cuerpo resistía.
Si tuviera que elegir un símbolo para esta reconciliación, sería el ojo. No solo el órgano de la vista, sino el puente entre dos mundos. Es justamente ahí donde el alma se encuentra con el cuerpo: donde la luz se traduce en percepción y la materia se convierte en significado.
El ojo recibe el mundo exterior, pero lo que realmente revela es un paisaje interno. Porque cómo vemos termina definiendo quiénes somos. A través de él, lo invisible se hace visible, y lo visible se vuelve sagrado al ser filtrado por nuestra conciencia.
En el arte, el ojo actúa como un espejo; en el misticismo, como un portal. Pero en ambos casos nos recuerda que percibir no es un acto pasivo, sino un acto de creación. Ver con el alma significa permitir que la belleza nos traspase, sentir no solo lo que hay, sino lo que eso despierta en nosotros. No es casualidad que tantas tradiciones espirituales, cada una a su modo, hablen de “abrir el ojo interior”: esa mirada capaz de observar hacia afuera y hacia adentro en el mismo instante.
La reconciliación es, en esencia, la apertura de esa mirada interior: cuando lo que captamos a través de los sentidos por fin resuena con lo que sabemos que es verdad en el silencio. Desde esta comprensión, se alcanza una paz particular. No es la ausencia de conflicto, sino el equilibrio que nace cuando todo fluye en una misma dirección. El cuerpo y el mundo interior coexisten — iguales, conscientes, despiertos. El ojo los ve a los dos —lo tangible y lo intangible— y nos devuelve una certeza: que la conciencia, al igual que la luz, lo impregna todo sin esfuerzo.
Una Filosofía de Vida
Vivir de esta manera no es perseguir la perfección. Es vivir sincronizado.
Soul & Body no es solo una categoría de historias; es una forma de ver. Una invitación a recuperar la inteligencia de los sentidos, a hallar lo místico en lo físico y la sensualidad en lo espiritual. Es, en definitiva, una filosofía de la percepción.
Desde esta mirada, la belleza deja de ser mera estética para convertirse en una señal de alineación: el punto de encuentro entre la forma y la esencia. La conciencia tampoco es una abstracción, sino la experiencia de una presencia plena; es habitar por completo el instante actual.
Habitar tanto el alma como el cuerpo es transformar la vida en un acto creativo continuo. No una performance para otros, sino una práctica cargada de propósito: ser lo suficientemente liviano para fluir, pero lo suficientemente arraigado para no desvanecerse.
Es vivir, al fin, en cuerpo y alma. Libre de pesos, conectada a la tierra e indudablemente viva.
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